16.1.10

Haití:Terremoto

FIDEL CASTRO ADVIERTE QUE EL SEÍSMO DE HAITÍ ES UNA 'PÁLIDA SOMBRA' DE LO QUE PUEDE TRAER EL CAMBIO CLIMÁTICO, RECUERDA LAS CAUSAS DE LA POBREZA DEL PAÍS Y PIDE QUE SE BUSQUEN 'SOLUCIONES REALES Y VERDADERAS' PARA EL PUEBLO HAITIANO


El expresidente cubano y líder de la
revolución publicó un artículo sobre la situación de Haití tras el terremoto del 12 de enero. Sostiene que se trata de una "pálida sombra" de lo que puede ocurrir con el cambio climático. Fidel Castro pide que se atienda a las condiciones históricas de Haití, más allá de la tragedia actual, ya que considera que en este momento
"tal vez muy pocos se detienen a pensar por qué Haití es un país tan pobre".
Destaca además, que el 80% de la población haitiana "habita casas endebles construidas con adobe y barro" y asegura que el país "es producto neto del colonialismo y el imperialismo".
El líder de la revolución cubana asegura que "Haití constituye una vergüenza de nuestra época, en un mundo donde prevalecen la explotación y el saqueo de la inmensa mayoría de los habitantes del planeta".

El artículo publicado en el periódico digital Cubadebate sostiene que la catástrofe haitiana es "sólo una pálida sombra de lo que puede ocurrir en el planeta con el cambio climático, que fue realmente objeto de burla, escarnio y engaño en Copenhague".

Fidel Castro afirma entre sus reflexiones: "No puedo dejar de expresar la opinión de que es hora ya de buscar soluciones reales y verdaderas para ese hermano pueblo". Luego detalla que "a pesar de ser un país pobre y bloqueado", Cuba ya ha enviado unos mil médicos cubanos y haitianos formados en ese país, para asistir a las víctimas de la tragedia.

La Lección de Haití
Por Fidel Castro Ruz
Enero 14 de 2010


Desde hace dos días, casi a las 6 de la tarde, hora de Cuba, ya de noche en Haití por su ubicación geográfica, las emisoras de televisión comenzaron a divulgar noticias de que un violento terremoto, con magnitud de 7,3 en la escala Richter, había golpeado severamente a Puerto Príncipe. El fenómeno sísmico se había originado en una falla tectónica ubicada en el mar, a sólo 15 kilómetros de la capital haitiana, una ciudad donde el 80% de la población habita casas endebles construidas con adobe y barro.

Las noticias continuaron casi sin interrupción durante horas. No había imágenes, pero se afirmaba que muchos edificios públicos, hospitales, escuelas e instalaciones de construcción más sólida se reportaban colapsadas. He leído que un terremoto de magnitud 7,3 equivale a la energía liberada por una explosión igual a 400 mil toneladas de TNT.


Descripciones trágicas eran transmitidas. Los heridos en las calles reclamaban a gritos auxilios médicos, rodeados de ruinas con familias sepultadas. Nadie, sin embargo, había podido transmitir imagen alguna durante muchas horas.

La noticia nos tomó a todos por sorpresa. Muchos escuchábamos con frecuencia informaciones sobre huracanes y grandes inundaciones en Haití, pero ignorábamos que el vecino país corría riesgo de un gran terremoto. Salió a relucir esta vez que hace 200 años se había producido un gran sismo en esa ciudad, que seguramente tendría unos pocos miles de habitantes.

A las 12 de la noche no se mencionaba todavía una cifra aproximada de víctimas. Altos jefes de Naciones Unidas y varios Jefes de Gobierno hablaban de los conmovedores sucesos y anunciaban el envío de brigadas de socorro. Como hay desplegadas allí tropas de la MINUSTAH, fuerzas de Naciones Unidas de diversos países, algunos ministros de defensa hablaban de posibles bajas entre su personal.

Fue realmente en la mañana de ayer miércoles cuando comenzaron a llegar tristes noticias sobre enormes bajas humanas en la población, e incluso instituciones como Naciones Unidas mencionaban que algunas de sus edificaciones en ese país habían colapsado, una palabra que no dice nada de por sí o podía significar mucho.

Durante horas ininterrumpidas continuaron llegando noticias cada vez más traumáticas de la situación en ese hermano país. Se discutían cifras de víctimas mortales que fluctúan, según versiones, entre 30 mil y 100 mil. Las imágenes son desoladoras; es evidente que el desastroso acontecimiento ha recibido amplia divulgación mundial, y muchos gobiernos, sinceramente conmovidos, realizan esfuerzos por cooperar en la medida de sus recursos.

La tragedia conmueve de buena fe a gran número de personas, en especial las de carácter natural. Pero tal vez muy pocos se detienen a pensar por qué Haití es un país tan pobre. ¿Por qué su población depende casi en un 50 por ciento de las remesas familiares que se reciben del exterior? ¿Por qué no analizar también las realidades que conducen a la situación actual de Haití y sus enormes sufrimientos?
Lo más curioso de esta historia es que nadie pronuncia una palabra para recordar que Haití fue el primer país en que 400 mil africanos esclavizados y traficados por los europeos se sublevaron contra 30 mil dueños blancos de plantaciones de caña y café, llevando a cabo la primera gran revolución social en nuestro hemisferio. Páginas de insuperable gloria se escribieron allí. El más eminente general de Napoleón fue derrotado. Haití es producto neto del colonialismo y el imperialismo, de más de un siglo de empleo de sus recursos humanos en los trabajos más duros, de las intervenciones militares y la extracción de sus riquezas.

Este olvido histórico no sería tan grave como el hecho real de que Haití constituye una vergüenza de nuestra época, en un mundo donde prevalecen la explotación y el saqueo de la inmensa mayoría de los habitantes del planeta.

Miles de millones de personas en América Latina, África y Asia sufren de carencias similares, aunque tal vez no todas en una proporción tan alta como Haití.

Situaciones como la de ese país no debieran existir en ningún lugar de la Tierra, donde abundan decenas de miles de ciudades y poblados en condiciones similares y a veces peores, en virtud de un orden económico y político internacional injusto impuesto al mundo. A la población mundial no la amenazan únicamente catástrofes naturales como la de Haití, que es sólo una pálida sombra de lo que puede ocurrir en el planeta con el cambio climático, que fue realmente objeto de burla, escarnio y engaño en Copenhague.

Es justo expresar a todos los países e instituciones que han perdido algunos ciudadanos o miembros con motivo de la catástrofe natural en Haití: no dudamos que realizarán en este instante el mayor esfuerzo por salvar vidas humanas y aliviar el dolor de ese sufrido pueblo. No podemos culparlos del fenómeno natural que ha tenido lugar allí, aunque estemos en desacuerdo con la política seguida con Haití.


No puedo dejar de expresar la opinión de que es hora ya de buscar soluciones reales y verdaderas para ese hermano pueblo.

En el campo de la salud y otras áreas, Cuba, a pesar de ser un país pobre y bloqueado, desde hace años viene cooperando con el pueblo haitiano. Alrededor de 400 médicos y especialistas de la salud prestan cooperación gratuita al pueblo haitiano. En 227 de las 337 comunas del país laboran todos los días nuestros médicos. Por otro lado, no menos de 400 jóvenes haitianos se han formado como médicos en nuestra Patria. Trabajarán ahora con el refuerzo que viajó ayer para salvar vidas en esta crítica situación. Pueden movilizarse, por lo tanto, sin especial esfuerzo, hasta mil médicos y especialistas de la salud que ya están casi todos allí y dispuestos a cooperar con cualquier otro Estado que desee salvar vidas haitianas y rehabilitar heridos.

Otro elevado número de jóvenes haitianos cursan esos estudios de medicina en Cuba. También cooperamos con el pueblo haitiano en otras esferas que están a nuestro alcance. No habrá, sin embargo, ninguna otra forma de cooperación digna de calificarse así, que la de luchar en el campo de las ideas y la acción política para poner fin a la tragedia sin límite que sufren un gran número de naciones como Haití.

La jefa de nuestra brigada médica informó: “la situación es difícil, pero hemos comenzado ya a salvar vidas”. Lo hizo a través de un escueto mensaje horas después de su llegada ayer a Puerto Príncipe con refuerzos médicos adicionales.

Tarde en la noche comunicó que los médicos cubanos y los haitianos graduados de la ELAM se estaban desplegando en el país. Habían atendido ya en Puerto Príncipe más de mil pacientes, poniendo a funcionar con urgencia un hospital que no había colapsado y utilizando casas de campaña donde era necesario. Se preparaban para instalar rápidamente otros centros de atención urgente.

¡Sentimos un sano orgullo por la cooperación que, en estos instantes trágicos, los médicos cubanos y los jóvenes médicos haitianos formados en Cuba están prestando a sus hermanos de Haití!

El terremoto afecta a un país que está siendo social y ecológicamente destruido desde hace décadas


Por Claude-Marie Vadrod(*)
Ya se ocuparán otros de anunciar las cifras de la nueva desgracia que acaba de abatirse sobre Haití. Yo sólo quiero recordar ahora hasta qué punto esta isla en la que he venido realizando numerosos reportajes periodísticos ha sido destruida social y ecológicamente en las últimas décadas con la complicidad de los EEUU y de la ONU.

Viajando a bordo de una de las avionetas que comunican Santo Domingo con Puerto Príncipe, la capital de Haití, es ocioso que el piloto anuncie la frontera: para comprender que se comienza a volar sobre paisaje haitiano, basta percatarse del momento en que los árboles desaparecen bruscamente. En cosa de minutos, Haití apenas ofrece otra cosa que una sucesión de montes pelados: esta parte de la isla que apenas tiene el tamaño de Bélgica y suma 8 millones de habitantes y que fue otrora conocida como “la perla de las Antillas” se ve desde aire como un mundo lunar surcado por cauces carente de agua cuando no llueve.

El penosos estado de la mitad de la antigua Española viene a añadirse al sinnúmero de desdichas, a los miles de muertos, a los millares de exilados generados por los Duvalier, dictador padre y dictador hijo. Les sucedió Jean-Bertrand Aristide, el cura secularizado que, antes de ser depuesto, llegó a acumular con su abogada y esposa cerca de 850 millones de dólares de fortuna personal, sin duda para “sus pobres” de la Ciudad del Sol, los que le llevaron al poder en los años 80. Haití sufre uno de los medioambientes más degradados de las Américas: uno de los pocos estados del planeta en los que la historia del país se confunde totalmente, y de continuo, con la degradación de la naturaleza y del medio ambiente, porque los sucesores de los chiflados y de los dictadores no lo han hecho mejor.

En la región de Bombardópolis, en el extremo este, los campesinos se han visto reducidos con los años a desenterrar las raíces de los árboles para convertirlas en carbón vegetal. Porque hace mucho ya que cortaron los árboles. Venden este carbón, éste y otro que producen a partir de troncos que van encontrando todavía, para ganarse unas cuantas gourdes, la moneda local sin apenas valor. El grueso de los haitianos, señaladamente en la región de Gonaïves y en el norte, cocina con este combustible la poca comida que le separa de la muerte por inanición. Dos tercios de los haitianos, sobre todo en el norte y en el este, no tienen otra cosa que ese carbón vegetal, vendido a sacos a pie de carretera. La cubierta forestal de Haití se reduce ya a menos del 1% de la superficie.


Los árboles fueron primero víctimas del cultivo de la caña de azúcar y del café; luego, de una exportación incontrolada que enriqueció a la clase dominante y a los norteamericanos. Lo poco que queda, sirve de “leña de fuego”, como se dice en África, o de base para el carbón vegetal. La pugnaz competición que enfrenta a campesinos pobres con campesinos –un millón— sin tierras se solapa con los enfrentamientos entre bandas armadas. Las fuerzas de las Naciones Unidas no han logrado poner más orden en esos problemas que una clase política que, reproduciéndose de forma idéntica lustro tras lustro, ha perdido todo vínculo con una población en situación de abandono: el 1% de la población acapara al menos el 60% de la riqueza de un país abocado a la autodestrucción.

Cada año, lluvias más y más devastadoras a causa de las alteraciones climáticas que multiplican la violencia de huracanes y ciclones se precipitan sobre una superficie incapaz ya de retener tierra cultivable. Las tierras transportadas ni siquiera se detienen ya en los llanos, y ganan la costa: cada año, entre 37 y 40 millones de toneladas de tierra van a dar en la mar, y sólo el 10% del agua de lluvia penetra en el suelo. El resto discurre rápidamente sobre unos suelos encallecidos en la imposibilidad de que la retenga cualquier vegetación. Múltiples consecuencias: la irremediable alteración de los microclimas de la isla, el agostamiento de mantos freáticos vitales, 400 ríos o desaparecidos o con caudales que fluyen apenas unas semanas al año. Como en el caso de la leña, unas hostilidades pseudopolíticas enfrentan entre sí a los campesinos y a los campesinos con los grandes propietarios por el control del agua subsistente: se forman bandas que matan por el control de un simple canal de irrigación. Esta sequía progresiva ha llegado a un nivel inquietante en la segunda mitad de los 90, trayendo consigo la desaparición de los abundantes peces de agua dulce que constituían el alimento básico de muchos habitantes. En la llanura de la Arbonita, hacia el norte, los propios risicultores ya no tienen agua bastante para sus cultivos de arroz.


Una paradoja para un país en el que llueve desde luego mucho durante la mayor parte del año. Y año tras año desaparecen risicultores, porque los EEUU exportan a Haití 250.000 toneladas de arroz norteamericano públicamente subvencionado, y por lo mismo, menos caro que el arroz local que se compra en los mercados.
Cada año, millares de personas pierden la vida a causa de las inundaciones que transforman la menor pendiente en un torrente furioso. Decenas de veces al año, un pequeño viento huracanado que dure media hora basta para que Puerto Príncipe, rodeado de colinas, se vea invadido desde las alturas de la capital por toneladas de detritus que se acumulan en las calles de la baja ciudad, en donde viven los más pobres. En la Ciudad del Sol, el suburbio costero más miserable, el bastión desde el que Aristide lanzó su carrera como sacerdote y luego como político, la densidad demográfica es de 10 personas por metro cuadrado: algunas familias llegan incluso a turnarse para dormir en las chabolas que uno de cada dos huracanes o destruye o inunda.

En este universo ecológicamente catastrófico que, desde 1940, ha perdido dos tercios de sus tierras cultivables la esperanza de vida ha retrocedido hasta los 52 años, lo que se explica, en parte, por una de las mortalidades infantiles –insalubridad mediante— más altas del mundo: 77 por mil. El Sida, desde luego, pero también todas las enfermedades contagiosas posible e imaginables, incluidas las que hace tiempo desaparecieron ya del resto del continente americano. El estado del agua refleja, a la vez, el estado del medio ambiente y el estado de un país, uno de cuyos escritores se preguntaba recientemente “si, a pesar de las apariencias, existe realmente”.

A todas estas desgracias hay que añadir la contaminación atmosférica generada por la circulación urbana de Puerto Príncipe y por las fábricas instaladas en el país, señaladamente alrededor de la capital. No hay la menor legislación reguladora de los residuos lanzados a la atmósfera por las instalaciones industriales. Y causa de eso, y también con ánimo de sacar provecho de una mano de obra más barata todavía que la asiática y de una legislación defiscalizada, muchas empresas norteamericanas e internacionales han instalado plantas de producción en Haití. Contaminan, salvo, claro está, en las zonas altas de la capital, en las que viven, por encima de la nube fétida, los propietarios de unos 4 X 4 con cristales opacos blindados que, bajo la protección de guardias privados, salen de una mansiones que más que villas parecen muchas veces verdaderos castillos. Castillos bien provistos de cámaras de vigilancia…

Dos proverbios haitianos, uno en francés y otro en creole, resumen la situación de un país del que el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente dejó dicho en 2003: “El mundo no tienen la menor idea del horror de la situación que se vive en Haití.” El primero: “Un negro rico es un creole, un creole pobre es un negro”; el segundo, en creole: “En Haití es el blanco quien decide”. “Blanco”, en Haití, quiere decir “extranjero”. Nada autoriza a pensar que, desde el punto de vista de la naturaleza y del medio ambiente, lo mismo que desde el punto de vista político, la situación pueda cambiar a corto plazo. Pues, como explicaba un diplomático francés durante una de las numerosas crisis: “Para salir del hoyo hay que empezar al menos a dejar de cavar”. El terremoto no es sino una desgracia más para este pueblo apasionante que se debate entre la desaparición y la muerte.

(*)Claude-Marie Vadrot es un periodista que ha trabajado muchos años para Canard Enchainé y Matin. Ha publicado una trentena de libros sobra la URSS y sobre Rusia. Ha sido profesor de geografía y ecología en la Universidad de París 8-Vincennes. Este artículo ha sido publicado en www.politis.fr y traducido al castellano por www.sinpermiso.info:


Haití: es necesario torcer la mala suerte
Por Marcos Roitman Rosenmann
La Jornada

Tras la dictadura de los Duvalier (1957-1986), Haití, el país mas empobrecido de América Latina, daba un giro de 180 grados a su historia reciente. La lucha por la democracia impedía perpetuarse en el poder a la saga familiar. El hijo pródigo de Papa Doc, François Duvalier, Jean Claude, apodado Baby Doc, veía frustrada su intención de ser presidente vitalicio. Dos años después de coronarse debía abandonar Haití rumbo a Francia en 1987.

Las luchas democráticas lograban un éxito sin precedentes. Los años de ocupación norteamericana (1915-1934) dejaron un triste legado. La Guardia de Haití, y un cuerpo de élite, los tonton macoutes. Era el tiempo de enfrentarse a ellos. El regreso de exiliados, trabajadores cualificados, profesionales e intelectuales, transformaba la cara de un país asolado por el hambre, el terror y la miseria. El miedo a los tonton macoutes se perdía lentamente. Afloraba la ilusión, había que torcer la suerte. Tras un intento de restauración totalitaria, que da la victoria a Leslie Manigat en 1988, las fuerzas democráticas conseguirán un triunfo histórico dos años mas tarde.


El 16 de diciembre de 1990, ganará las presidenciales el padre Jean Bertrand Aristide, sacerdote con un carisma sin parangón, militante de la Teología de la Liberación. Su triunfo era un proyecto de dignidad democrática. El pueblo haitiano nunca ha sido invitado a sentarse en la mesa, ha permanecido años debajo de ella, es necesario que se levante, se siente y participe. “Solos somos débiles, juntos somos fuertes, muy juntos somos una avalancha” sentenciaría.
Poco duraría su deseo. A menos de un año, sufrirá un golpe de Estado. La instauración de un gobierno civil de facto deja en el poder al hombre fuerte de los militares, el general Raoul Cedras. El retorno de Aristide deberá esperar. Los acuerdos firmados en julio de 1993, durante la administración Clinton, levantaron expectativas, pero fueron la sentencia de muerte de la experiencia democratizadora. Sus puntos quedaron en papel mojado. Poco se hizo para cumplirlos. Entre ellos destacaban: a) el nombramiento de un nuevo primer ministro; b) la amnistía política; c) la separación entre el ejército y la policía, y d) la llegada Haití de una misión civil de la ONU para cooperar en la profesionalización del ejército. Amén de la dimisión de Cedras y la entrega del poder al presidente Aristide el 30 de octubre de 1993.

Un proceso de militarización y recomposición de los tonton macoutes inaugura un periodo de represión. El asesinato de Antoine Izmery, empresario amigo de Aristide, y Guy Malary, ministro de Justicia del gobierno constitucional, el 11 de septiembre de 1993, dan al traste con las opciones de recomponer el proyecto democrático. Al unísono, emerge un informe médico apoyando la tesis de una enfermedad mental que aqueja al presidente Aristide. Las agencias de prensa, las televisoras y los medios de comunicación se harán eco del mismo. Será el pretexto para incumplir los tratados. El terror se impondría bajo una nueva organización paramilitar, el Front pour l’Avance et le Progres d’Haiti (FRAPH).

Desde ese año nunca dejarán de estar presentes los cascos azules. Bajo un pretendido control y como parte de una misión democratizadora, se mantienen hasta estos días. En 2004 se da otra vuelta de tuerca. Se aprueba el ingreso de más de 7 mil cascos azules y 2 mil policías. Se trataba de “estabilizar el país”. La soberanía está secuestrada. Baste señalar que el jefe de la policía, Mamadou Moutanga, es de nacionalidad guineana.
Hoy, el terremoto destapa los límites del capitalismo global, donde los únicos beneficiarios son las empresas trasnacionales y de maquila. Mismas que se llenarán los bolsillos en los proyectos de reconstrucción. Mientras tanto, las cifras son obscenas. El 20 por ciento más rico concentra casi 50 por ciento de las riquezas y el 10 por ciento más pobre sólo accede al 0,7 por ciento de las mismas. Asimismo, 40 por ciento del producto interno bruto proviene de las remesas de los inmigrantes y 47 por ciento de la población adulta es analfabeta.

El terremoto, es un duro golpe de la naturaleza que se une a las adversidades políticas de un pueblo que no ha dejado de luchar por la democracia. Sin embargo, hay que perseverar. Haití se merece un futuro mejor. Mas temprano que tarde esa avalancha democrática que fue Lavalas no será una utopía. Pero ahora toca arrimar el hombro y cooperar. Es obligatorio torcer la suerte de una nación que se merece un futuro mejor y que su pueblo lo busca con ahínco.

(Fuentes: Agencia Púlsar, Cubadebate, SinPermiso y La Jornada-México)

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