19.4.11

Cuba:Congreso PCC

¿A DÓNDE VA EL PC CUBANO? PRIMERAS IMPRESIONES SOBRE LA APERTURA DEL VI CONGRESO

Por Guillermo Almeyra (*)

La imponente revista militar anterior al congreso del Partido Comunista Cubano, postergado durante nueve años, y el discurso de Raúl Castro, máximo dirigente militar y ahora político, de Cuba, tienen un mismo sentido. Una parte de la burocracia, la más eficiente y justificable –la militar— dadas las condiciones de Cuba quiere reforzar, en efecto, el aparato del Estado, el verticalismo decisionista y la disciplina para encarar el intento de hacer cuadrar el círculo de combinar planificación (en realidad, piensa en el planeamiento, que no es lo mismo) y mercado, que depende en Cuba del mercado mundial y es, por definición, caótico, volátil, incontrolable.


Para eso llama al orden al Partido, que con su "inmovilismo fundamentado en dogmas y consignas masivas" (según el propio Raúl Castro), sus privilegios en el momento de ocupar puestos para dárselos a personas no calificadas y su usurpación del poder de decisión que corresponde a los Jefes (así los califica) de las empresas, ha trabado muchas veces la aplicación de las orientaciones y de las resoluciones.

En el discurso de Raúl Castro campea la decisión de combatir burocráticamente contra los sectores menos modernos y eficientes de la burocracia: el sector estatal y el de los burócratas partidarios exégetas de los textos sagrados tomados del "socialismo real". El discurso tiene un sentido à la Deng Xiaoping, con un barniz específicamente cubano más libertario, y está marcado por un fuerte pragmatismo y por la despreocupación teórica socialista. Eso le hace hablar, con respecto a la libreta de abastecimientos, que plantea suprimir en un próximo futuro, del "nocivo carácter igualitarista" del principio que la instituyó (dar a todos un piso de consumo asegurado) o sostener que "en la la discusión con la población, la recolección de ideas e Revolución está todo dicho" (eliminando así – en aras de la aplicación disciplinada de las directivas— iniciativas de éstas, la discusión en el propio partido, o sea todo lo que hace crecer políticamente en la preparación del socialismo).


El discurso implícitamente condena el igualitarismo y sustituye el derecho de todos (a un consumo decente subsidiado, por ejemplo) por el asistencialismo vertical y paternalista (subsidios orientados sólo a los desprovistos de todo, tal como funciona en cualquier Estado capitalista moderno).

Reforzar la disciplina y el verticalismo en las empresas, dar más poder a los "Jefes", no retardar y mucho menos aún encajonar las resoluciones que vienen para ser inmediatamente aplicadas, poner al partido en una posición subordinada frente al aparato del Estado (pues aquél no podrá "guiar" a éste si no tiene una libre e intensa vida interior), convertir a los medios de información en mejores y más eficaces difusores de las posiciones oficiales (cuando el no ser receptores de las inquietudes y propuestas populares los hacen casi ilegibles): tales son las propuestas.

Son medidas de aparato en busca de una eficiencia de aparato y encaran, siempre como aparato, las relaciones a nivel del Estado con otros aparatos, como el de la Iglesia católica, que tienen peso de masa, político y mediático a nivel internacional (y no así con las otras Iglesias).

El discurso de Raúl, además, pasa como por sobre ascuas sobre la situación internacional, pero sin sacar conclusiones de la misma para la defensa de Cuba.

Habla, por ejemplo, correctamente, de la profundidad de la crisis mundial, pero no deduce que habrá que enfrentar la terrible carestía de combustibles y alimentos y los plazos en que se deberá hacerlo; habla de las catástrofes ecológicas, pero no para preparar mejor la defensa civil ni fijar políticas y cita la rebelión del mundo árabe pero sin una visión autocrítica sobre la posición adoptada primeramente según la cual todo respondía a un plan imperialista. Es evidente que, además de la urgente tarea de remozar la dirección del Partido y del Estado y de preparar esos nuevos dirigentes con métodos y concepciones diferentes, también deberá acelerarse el rearme marxista de los analistas cubanos, pues éstos ven gobiernos y Estados pero no pueblos y problemas, y no unen las perspectivas de Cuba con el entorno mundial en que se mueve la isla.

(*)Guillermo Almeyra es miembro del Consejo Editorial de SinPermiso.


Mi ausencia en el C.C.

Por Fidel Castro Ruz






Conocía el informe del compañero Raúl al Sexto Congreso del Partido.


Me lo había mostrado varios días antes por su propia iniciativa, como hizo con muchos otros asuntos sin que yo lo solicitara, porque había delegado, como ya expliqué, todos mis cargos en el Partido y el Estado en la Proclama del 31 de julio de 2006.

Hacerlo era un deber que no vacilé un instante en cumplir.

Sabía que mi estado de salud era grave, pero estaba tranquilo: la Revolución seguiría adelante; no era su momento más difícil después que la URSS y el Campo Socialista habían desaparecido. Bush estaba en el trono desde el 2001 y tenía designado un gobierno para Cuba; pero una vez más, mercenarios y burgueses se quedaron con las maletas y baúles en su dorado exilio.
Los yankis, además de Cuba, tenían ahora otra Revolución en Venezuela. La estrecha cooperación entre ambos países pasará también a la historia de América como ejemplo del enorme potencial revolucionario de los pueblos con un mismo origen y una misma historia.

Entre los muchos puntos abordados en el proyecto de Informe al Sexto Congreso del Partido, uno de los que más me interesó fue el que se relaciona con el poder. Textualmente expresa: "¼ hemos arribado a la conclusión de que resulta recomendable limitar, a un máximo de dos períodos consecutivos de cinco años, el desempeño de los cargos políticos y estatales fundamentales. Ello es posible y necesario en las actuales circunstancias, bien distintas a las de las primeras décadas de la Revolución, aún no consolidada y por demás sometida a constantes amenazas y agresiones."

Me agradó la idea; era un tema sobre el que yo había meditado mucho. Acostumbrado desde los primeros años de la Revolución a leer todos los días los despachos de las agencias de noticias, conocía el desarrollo de los acontecimientos en nuestro mundo, aciertos y errores de los Partidos y los hombres. Abundan los ejemplos en los últimos 50 años.

No los citaré para no extenderme ni herir susceptibilidades. Albergo la convicción de que el destino del mundo podía ser en este momento muy distinto sin los errores cometidos por líderes revolucionarios que brillaron por su talento y sus méritos. Tampoco me hago la ilusión de que en el futuro la tarea será más fácil, sino al revés.



Digo simplemente lo que a mi juicio considero un deber elemental de los revolucionarios cubanos. Mientras más pequeño sea un país y más difíciles las circunstancias, más obligado está a evitar errores.

Debo confesar que no me preocupé realmente nunca por el tiempo que estaría ejerciendo el papel de Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros y Primer Secretario del Partido. Era además, desde que desembarcamos, Comandante en Jefe de la pequeña tropa que tanto creció más tarde. Desde la Sierra Maestra había renunciado a ejercer la presidencia provisional del país después de la victoria que desde temprano avizoré para nuestras fuerzas, bastante modestas todavía en 1957; lo hice porque ya las ambiciones con relación a ese cargo estaban obstruyendo la lucha.

Fui casi obligado a ocupar el cargo de Primer Ministro en los meses iniciales de 1959.

Raúl conocía que yo no aceptaría en la actualidad cargo alguno en el Partido; él había sido siempre quien me calificaba de Primer Secretario y Comandante en Jefe, funciones que, como se conoce, delegué en la Proclama señalada cuando enfermé gravemente. Nunca intenté ni podía físicamente ejercerlas, aun cuando había recuperado considerablemente la capacidad de analizar y escribir.

Sin embargo, él nunca dejó de transmitirme las ideas que proyectaba.

Surge otro problema: la Comisión Organizadora estaba discutiendo el número total de miembros del Comité Central que debían proponer al Congreso. Con muy buen criterio, ésta apoyaba la idea sostenida por Raúl de que en el seno del Comité Central se incrementara la presencia del sector femenino y la de los descendientes de esclavos procedentes de África. Ambos eran los más pobres y explotados por el capitalismo en nuestro país.

A su vez, había algunos compañeros que, ya por sus años o su salud, no podrían prestar muchos servicios al Partido, pero Raúl pensaba que sería muy duro para ellos excluirlos de la lista de candidatos. No vacilé en sugerirle que no se excluyera a esos compañeros de tal honor, y añadí que lo más importante era que yo no apareciera en esa lista.

Pienso que he recibido demasiados honores. Nunca pensé vivir tantos años; el enemigo hizo todo lo posible por impedirlo; incalculable número de veces intentó eliminarme, y yo muchas veces "colaboré" con ellos.

A tal ritmo avanzó el Congreso que no tuve tiempo de transmitir una palabra sobre el asunto antes de que recibiera las boletas.

Alrededor del mediodía Raúl me envió con su ayudante una boleta, y pude ejercer así mi derecho al voto como delegado al Congreso, honor que los militantes del Partido en Santiago de Cuba me otorgaron sin que yo supiera una palabra. No lo hice mecánicamente. Leí las biografías de los nuevos miembros propuestos. Son personas excelentes, varias de las cuales había conocido en el lanzamiento de un libro sobre nuestra guerra revolucionaria, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, en los contactos con los Comités de Defensa de la Revolución, las reuniones con los científicos, con los intelectuales y en otras actividades. Voté y hasta pedí fotos del momento en que ejercía ese derecho.

Recordé también que me falta bastante todavía de la historia sobre la Batalla de Girón. Trabajo en ella y estoy comprometido a entregarla pronto; tengo en mente además escribir sobre otro importante acontecimiento que vino después.

¡Todo antes de que el mundo se acabe!

¿Qué les parece?
(Fuentes: SinPermiso y Granama-Cubadebate)

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