Por Javier Sáenz Munilla (*)
Dependemos del mismo instrumento, la lengua, y trabajamos con el mismo material, la información; además de lo de la ‘historia común’ y otros tópicos que se salen bastante de la verdad y que se basan en los viejos intereses de unos pocos, los de siempre. Pero por el mero hecho de pertenecer a la misma patria de la lengua, con los matices sonoros de cada cual, deberíamos estar mucho más en contacto de lo que estamos los informadores de ambas orillas. No existe, aunque lo pregonemos, la Comunidad Iberoamericana, fuera de los fastos de esas cumbres, y tampoco existe la correspondiente Comunidad de los Comunicadores de Iberoamérica. Habría que preguntarse si existe la de los Comunicadores de Latinoamérica y creo que tampoco.
Cualquier diálogo entre ambas orillas, especialmente en el campo de la información y la comunicación, debería basarse, por encima de todo, en la realidad. Se supone que nuestro negocio, el negocio de los informadores, está en contar la realidad y explicarla para que sea comprensible. Es, ya digo, algo que se presupone y que, sin embargo, no suele ser la regla que siempre se cumple.
Cuando en los últimos tiempos repetimos lo de que ‘el periodismo ha muerto’, que de tanto trivializarla estamos acabando con la información de calidad, que los medios ya no tienen otro interés que el pecuniario, etc, etc, no hacemos sino constatar lo que es la frustración cotidiana de las redacciones. Un sentimiento que se produce porque, como es lógico, los informadores sí sabemos, o debemos saber, qué es lo que pasa allí afuera y porque consideramos que lo que aparece en los medios no es la auténtica realidad, o no lo es completamente. Ya que, como estamos en el guiso, a nosotros no nos meten gato por liebre. Y lo más jodido -¡cómo no va a haber frustración!- es que nosotros somos los encargados de aderezar bien el engaño para que se lo traguen.
Yo sé que esa es la misma cuestión al otro lado del Océano, en la otra orilla. Y creo que sobre esto es, precisamente, sobre lo que debemos dialogar los informadores. Esencialmente esa es la cuestión, por supuesto con muchísimos matices y variadísimos aspectos. Pero la enjundia de cualquier diálogo entre los comunicadores de ambas orillas es el debate sobre el qué, quién, cómo, porqué, para qué (cuándo y dónde ya lo sabemos: siempre y aquí y allá) del extraordinario fenómeno que hace que la ‘realidad’ que contamos en los medios sea cada día menos parecida a la que nosotros observamos y que incluso consideramos, quizás erróneamente, como la verdadera realidad. Un grave ‘trastorno de la personalidad’ que, en algunos casos, produce auténticas aberraciones.
El diálogo ha de basarse en la realidad y no todas las realidades son iguales, como no lo son todos los trastornos. A este lado del charco, si nos ponemos brutos y empezamos a contar con pelos y señales porqué no decimos toda la verdad de esto y aquello, quiénes son con nombres y apellidos los que nos lo impiden, qué ganan si no lo contamos y qué pierden si es que sí, cuántos resultan perjudicados para que aquellos pocos se beneficien, etc, etc, como mucho nos quedamos sin trabajo, nos ponen un multazo o quizá hasta nos metan en el trullo por unos años. Eso pasa, ¿o no? Bueno, pues en Latinoamérica…
Cualquier diálogo entre ambas orillas, especialmente en el campo de la información y la comunicación, debería basarse, por encima de todo, en la realidad. Se supone que nuestro negocio, el negocio de los informadores, está en contar la realidad y explicarla para que sea comprensible. Es, ya digo, algo que se presupone y que, sin embargo, no suele ser la regla que siempre se cumple.
Cuando en los últimos tiempos repetimos lo de que ‘el periodismo ha muerto’, que de tanto trivializarla estamos acabando con la información de calidad, que los medios ya no tienen otro interés que el pecuniario, etc, etc, no hacemos sino constatar lo que es la frustración cotidiana de las redacciones. Un sentimiento que se produce porque, como es lógico, los informadores sí sabemos, o debemos saber, qué es lo que pasa allí afuera y porque consideramos que lo que aparece en los medios no es la auténtica realidad, o no lo es completamente. Ya que, como estamos en el guiso, a nosotros no nos meten gato por liebre. Y lo más jodido -¡cómo no va a haber frustración!- es que nosotros somos los encargados de aderezar bien el engaño para que se lo traguen.
Yo sé que esa es la misma cuestión al otro lado del Océano, en la otra orilla. Y creo que sobre esto es, precisamente, sobre lo que debemos dialogar los informadores. Esencialmente esa es la cuestión, por supuesto con muchísimos matices y variadísimos aspectos. Pero la enjundia de cualquier diálogo entre los comunicadores de ambas orillas es el debate sobre el qué, quién, cómo, porqué, para qué (cuándo y dónde ya lo sabemos: siempre y aquí y allá) del extraordinario fenómeno que hace que la ‘realidad’ que contamos en los medios sea cada día menos parecida a la que nosotros observamos y que incluso consideramos, quizás erróneamente, como la verdadera realidad. Un grave ‘trastorno de la personalidad’ que, en algunos casos, produce auténticas aberraciones.
El diálogo ha de basarse en la realidad y no todas las realidades son iguales, como no lo son todos los trastornos. A este lado del charco, si nos ponemos brutos y empezamos a contar con pelos y señales porqué no decimos toda la verdad de esto y aquello, quiénes son con nombres y apellidos los que nos lo impiden, qué ganan si no lo contamos y qué pierden si es que sí, cuántos resultan perjudicados para que aquellos pocos se beneficien, etc, etc, como mucho nos quedamos sin trabajo, nos ponen un multazo o quizá hasta nos metan en el trullo por unos años. Eso pasa, ¿o no? Bueno, pues en Latinoamérica…
En Latinoamérica han sido asesinados más de 300 periodistas en una década, unos 60 en los dos últimos años. Se supone que por atreverse a contar la realidad. México es el país más peligroso del mundo por el número de informadores asesinados. Colombia es el segundo. En México, sólo en 2008, hubo 12 periodistas muertos y 2 desaparecidos, según el informe, actualizado a primeros de Diciembre, de la FELAP (Federación Latinoamericana de Periodistas). 86 asesinados y 9 desaparecidos en los últimos 25 años. Varias decenas más han tratado de salvar el pellejo exiliándose o cambiando de estado. Otros han sufrido palizas, extorsiones, asaltos a sus domicilios….Como dice un informe sobre México de Reporteros sin Fronteras a comienzos del 2008, “cualquier procedimiento es bueno para reducir al silencio a un periodista, cuando no paga con su vida el precio de su trabajo”.
Y qué decir del Segundo Campeón Mundial: Colombia. Paramilitares, narcos, militares, policías, guerrilleros, empresarios, ganaderos…y Uribe, ‘el señalador’. El Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ) ha llegado a decir del presidente colombiano que sus “comentarios estridentes y personales dieron como resultado múltiples amenazas de muerte y causaron exilios”. El CPJ denunció la “intolerancia” de Uribe hacia la crítica de los medios”, en el caso de Daniel Coronel, director de noticias del Canal 1 y columnista de la revista ‘Semana’, a quien el presidente de Colombia llamó públicamente “cobarde, mentiroso, canalla y difamador profesional”. También actuó Uribe de ‘señalador’ con Gonzalo Guillén, corresponsal del diario “El Nuevo Heraldo” de Miami, quien publicó investigaciones sobre las antiguas relaciones del presidente con el narcotraficante Pablo Escobar y a quien el mandatario tildó de “difamador de baja calidad”, tras lo cual el periodista recibió tan insistentes y claras amenazas de muerte, que decidió abandonar urgentemente Colombia. Hay que señalar que el poder de convocatoria de Álvaro Uribe es bastante grande entre las huestes paramilitares. A raíz de estos y otros casos, la Federación Colombiana de Periodistas (FELCOLPER) acusó a Uribe de “desacreditar a los periodistas y de señalarlos como autores de hechos falsos o inexactos”.
No obstante, esta situación no es exclusiva del uribismo, sino un mal ya viejo. Según el recuento de la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa), en los últimos trece años han sido asesinados en Colombia 125 periodistas.
Hace un año, la Conferencia sobre Promoción y Defensa de los Derechos Humanos de los Periodistas celebrada en Lima, Perú, con la participación de dirigentes y representantes de las organizaciones nacionales de periodistas de América Latina y el Caribe, señaló el aumento de la censura y la autocensura por falta de seguridad para los informadores, las presiones de las empresas y la indiferencia de los gobiernos. La conferencia dijo en sus documentos, también, que los crímenes contra los informadores son perpetrados por “sectores intolerantes que detentan el poder económico y político” y por “actores informales” como el narcotráfico, los paramilitares, la guerrilla, etc. Que es “creciente” la indiferencia de los gobiernos para prevenir esos hechos y castigar a sus autores. Y que, entre los derechos de los informadores que son habitualmente vulnerados en la región figuran “la libertad sindical, el derecho a un salario digno, condiciones laborales adecuadas, estabilidad laboral, seguridad social”.
Ya sabemos que, en España, aun hay lugares, medios, cadenas, en las que ‘no es conveniente’ que el periodista esté sindicalizado. En varios países de América Latina estarlo puede ser mortal de necesidad. Especialmente en Colombia, donde decir sindicalista es decir ‘condenado a muerte’. Así, en 2008 fueron 86 los sindicalistas asesinados y 9 los desaparecidos. ¡Cerca de 920 sindicalistas exterminados desde el año 2000! Pero es que en Colombia, el terrorismo de Estado, aunque sus medios y los nuestros no lo digan, está asentado y bien establecido. Ya se acepta lo que se venía negando oficialmente y todo el mundo en Colombia sabía desde hace años que era cierto: que es práctica habitual en el Ejército matar a civiles, vestirlos de guerrilleros y presentarlos como ‘insurgentes’ caídos en combate. Se reconocen unos mil casos documentados, aunque algunas ONG aseguran que son más de 2000. Según el Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado en Colombia, los paramilitares asesinan del orden de 600 personas cada año; entre 1982 y 2005 perpetraron más de 3.500 masacres y se apropiaron (para eso matan y extorsionan) de 6 millones de hectáreas de tierra. Todas las partes implicadas en esta guerra no declarada, también la guerrilla, pero especialmente y mayoritariamente los paramilitares sin duda ninguna, han causado que en Colombia haya más de 3 millones de desplazados internos (3.281.000 en Junio de 2008, según el ACNUR). Los paramilitares controlan el 35 por ciento de los escaños del parlamento, mayoritariamente en las filas de los llamados ‘partidos uribistas’. ¿Quién habló de terrorismo de Estado? Evidentemente casi nadie. Ni allá ni acá.
Y qué decir del Segundo Campeón Mundial: Colombia. Paramilitares, narcos, militares, policías, guerrilleros, empresarios, ganaderos…y Uribe, ‘el señalador’. El Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ) ha llegado a decir del presidente colombiano que sus “comentarios estridentes y personales dieron como resultado múltiples amenazas de muerte y causaron exilios”. El CPJ denunció la “intolerancia” de Uribe hacia la crítica de los medios”, en el caso de Daniel Coronel, director de noticias del Canal 1 y columnista de la revista ‘Semana’, a quien el presidente de Colombia llamó públicamente “cobarde, mentiroso, canalla y difamador profesional”. También actuó Uribe de ‘señalador’ con Gonzalo Guillén, corresponsal del diario “El Nuevo Heraldo” de Miami, quien publicó investigaciones sobre las antiguas relaciones del presidente con el narcotraficante Pablo Escobar y a quien el mandatario tildó de “difamador de baja calidad”, tras lo cual el periodista recibió tan insistentes y claras amenazas de muerte, que decidió abandonar urgentemente Colombia. Hay que señalar que el poder de convocatoria de Álvaro Uribe es bastante grande entre las huestes paramilitares. A raíz de estos y otros casos, la Federación Colombiana de Periodistas (FELCOLPER) acusó a Uribe de “desacreditar a los periodistas y de señalarlos como autores de hechos falsos o inexactos”.
No obstante, esta situación no es exclusiva del uribismo, sino un mal ya viejo. Según el recuento de la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa), en los últimos trece años han sido asesinados en Colombia 125 periodistas.
Hace un año, la Conferencia sobre Promoción y Defensa de los Derechos Humanos de los Periodistas celebrada en Lima, Perú, con la participación de dirigentes y representantes de las organizaciones nacionales de periodistas de América Latina y el Caribe, señaló el aumento de la censura y la autocensura por falta de seguridad para los informadores, las presiones de las empresas y la indiferencia de los gobiernos. La conferencia dijo en sus documentos, también, que los crímenes contra los informadores son perpetrados por “sectores intolerantes que detentan el poder económico y político” y por “actores informales” como el narcotráfico, los paramilitares, la guerrilla, etc. Que es “creciente” la indiferencia de los gobiernos para prevenir esos hechos y castigar a sus autores. Y que, entre los derechos de los informadores que son habitualmente vulnerados en la región figuran “la libertad sindical, el derecho a un salario digno, condiciones laborales adecuadas, estabilidad laboral, seguridad social”.
Ya sabemos que, en España, aun hay lugares, medios, cadenas, en las que ‘no es conveniente’ que el periodista esté sindicalizado. En varios países de América Latina estarlo puede ser mortal de necesidad. Especialmente en Colombia, donde decir sindicalista es decir ‘condenado a muerte’. Así, en 2008 fueron 86 los sindicalistas asesinados y 9 los desaparecidos. ¡Cerca de 920 sindicalistas exterminados desde el año 2000! Pero es que en Colombia, el terrorismo de Estado, aunque sus medios y los nuestros no lo digan, está asentado y bien establecido. Ya se acepta lo que se venía negando oficialmente y todo el mundo en Colombia sabía desde hace años que era cierto: que es práctica habitual en el Ejército matar a civiles, vestirlos de guerrilleros y presentarlos como ‘insurgentes’ caídos en combate. Se reconocen unos mil casos documentados, aunque algunas ONG aseguran que son más de 2000. Según el Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado en Colombia, los paramilitares asesinan del orden de 600 personas cada año; entre 1982 y 2005 perpetraron más de 3.500 masacres y se apropiaron (para eso matan y extorsionan) de 6 millones de hectáreas de tierra. Todas las partes implicadas en esta guerra no declarada, también la guerrilla, pero especialmente y mayoritariamente los paramilitares sin duda ninguna, han causado que en Colombia haya más de 3 millones de desplazados internos (3.281.000 en Junio de 2008, según el ACNUR). Los paramilitares controlan el 35 por ciento de los escaños del parlamento, mayoritariamente en las filas de los llamados ‘partidos uribistas’. ¿Quién habló de terrorismo de Estado? Evidentemente casi nadie. Ni allá ni acá.
El diálogo entre las dos orillas debe tener en cuenta, claro, la cruda y dura realidad. Y hacerse desde las perspectivas, sin duda distintas, de ambas realidades. Pero nosotros, los periodistas, los informadores, tenemos la obligación de exigir que se haga desde el punto de vista de quienes bregamos con la realidad y no desde el de quienes tienen la información como una mercancía o un arma para defender sus intereses de poder. Somos los informadores de esta orilla quienes estamos en disposición de ‘echar un cable’ a nuestros colegas latinoamericanos, como ellos nos los echaron de forma desinteresada cuando en esta lado mataban y encarcelaban a los defensores de la verdad y la libertad. No están en disposición de hacer lo mismo, como lo demuestran a diario, los grupos de comunicación españoles que se han expandido por la región latinoamericana y que acostumbran a poner por delante sus intereses empresariales, limitando y, en casos muy señalados, impidiendo, que se informe puntual y verazmente de lo que sucede en determinados países, donde, casualmente, o han penetrado o están engolosinados con la pronta concesión administrativa de algún medio de comunicación.
Como decía más arriba, a nosotros, como estamos en la cocina, no nos la dan con queso. Lamentablemente se la dan a los lectores, oyentes o telespectadores de sus medios, allá y acá. Y así se crean estados de opinión basados en muchas medias verdades y en bastantes mentiras. Y en eso, también tenemos responsabilidad. Y mucha.
Afortunadamente, en Latinoamérica, no aquí, las redes de comunicación comunitarias se expanden a una velocidad de vértigo. Especialmente por medio de la radio y de internet. Es un contrapoder informativo que llega ya a millones de latinoamericanos; un fenómeno paralelo al despertar político que se vive en muchos países donde ya las mayorías se niegan a votar por los caciques de siempre y llevan al poder municipal, departamental o a la Presidencia de la República a líderes que intentan gobernar para sus pueblos. Entre esas mayorías, la verdad, no estamos muy bien vistos los periodistas al uso; ni tampoco los grupos empresariales de comunicación que operan, a tenor de sus intereses, contra esa corriente, tanto desde los medios colonizados allí como desde sus casas-madre en esta orilla.
El diálogo de los informadores de ambos lados del Océano debe tener muy en cuenta estas realidades y abrir los canales de comunicación que permitan que, desde las dos orillas, en un mismo idioma, defendamos los mismos derechos y libertades, para que la realidad que vemos y la que contamos sea una sola y, a ser posible, la de verdad.
(*)Este artículo se publica en el nº1 de la revista del Observatorio MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y SOCIEDAD (PDF )de la Fundacion 1 de Mayo de Comisiones Obreras.
Como decía más arriba, a nosotros, como estamos en la cocina, no nos la dan con queso. Lamentablemente se la dan a los lectores, oyentes o telespectadores de sus medios, allá y acá. Y así se crean estados de opinión basados en muchas medias verdades y en bastantes mentiras. Y en eso, también tenemos responsabilidad. Y mucha.
Afortunadamente, en Latinoamérica, no aquí, las redes de comunicación comunitarias se expanden a una velocidad de vértigo. Especialmente por medio de la radio y de internet. Es un contrapoder informativo que llega ya a millones de latinoamericanos; un fenómeno paralelo al despertar político que se vive en muchos países donde ya las mayorías se niegan a votar por los caciques de siempre y llevan al poder municipal, departamental o a la Presidencia de la República a líderes que intentan gobernar para sus pueblos. Entre esas mayorías, la verdad, no estamos muy bien vistos los periodistas al uso; ni tampoco los grupos empresariales de comunicación que operan, a tenor de sus intereses, contra esa corriente, tanto desde los medios colonizados allí como desde sus casas-madre en esta orilla.
El diálogo de los informadores de ambos lados del Océano debe tener muy en cuenta estas realidades y abrir los canales de comunicación que permitan que, desde las dos orillas, en un mismo idioma, defendamos los mismos derechos y libertades, para que la realidad que vemos y la que contamos sea una sola y, a ser posible, la de verdad.
(*)Este artículo se publica en el nº1 de la revista del Observatorio MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y SOCIEDAD (PDF )de la Fundacion 1 de Mayo de Comisiones Obreras.
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