Cuando los guerrilleros encabezados por Fidel Castro entraron en La Habana, hace ahora 50 años, poniendo fin a la dictadura de Batista y al protectorado de los EEUU sobre la isla, el mundo era muy distinto del actual.
En los EEUU, por empezar en algún sitio, las rentas financieras y las ganancias de capital superiores a los 200.000 dólares anuales de la época estaban sometidas a tipos fiscales marginales del 93%; las rentas equivalentes de hoy en dólares constantes, escasamente a tipos fiscales del 15% (y eso, claro, las que no consiguen escapar totalmente al control del fisco norteamericano con trucos financieros entonces desconocidos, como, por ejemplo, los paraísos fiscales).
La vieja Europa estaba en la recta final del proceso que terminó con su terrible capacidad de dominación colonial sobre los pueblos del Tercer Mundo, el cual se hallaba en plena euforia de emancipación nacional: Cuba venía a añadirse a una larga lista de liberaciones del yugo colonial: India, China, Indonesia, la Indochina francesa, Egipto… Un proceso que culminaría en 1974 con la Revolución de los Claveles, que derrocó a la penúltima dictadura fascista de Europa y dio un arreón a la emancipación de las colonias portuguesas en África y Asia.
Y los EEUU, contra la retórica anticolonial constitutiva de su gran República, estaban cogiendo el relevo. Ya lo habían puesto de manifiesto derrocando al presidente laico y republicano Mossadeq en Irán en 1953, y al presidente democrático de Guatemala, Jacobo Arbenz, un año después. Estaban también a punto de tomar el relevo de los colonialistas franceses en Vietnam, tras la memorable derrota militar de éstos en Dien Bien Phu. Poco después, en 1964, intervendrían decisivamente en Indonesia, en un sangriento golpe de Estado contra el presidente democrático Sukarno (300.000 asesinados en una sola noche en la capital, Yacarta), y en 1973, en Chile, contra el presidente socialista Allende (en las paredes de Santiago se escribía la noche del 11 de septiembre: "¡Yacarta!"). Cuba tampoco se libró, como es harto sabido, de los repetidos intentos del vecino norteamericano de subvertir y derrocar al régimen revolucionario de los guerrilleros que entraron triunfalmente en La Habana el uno de enero de 1959.
A pesar de un asedio y de un bloqueo económico repetidamente condenados por las Naciones Unidas, Cuba es hoy un país con una educación y una sanidad públicas excelentes, y es sin duda el país iberoamericano en el que los pobres viven en mejores condiciones. En cambio, el bloqueo ha provocado, o ha facilitado (y en cierta medida, legitimado, como reconocen incluso anticastristas radicales) un régimen político con unas libertades civiles de expresión, reunión y asociación harto menguadas, por decirlo educadamente, y con unas libertades políticas democráticas –habilitadoras de una capacidad real de control del pueblo cubano sobre sus propios destinos— que dejan mucho que desear. Con la estructura política grotescamente hierofántica dimanante de la falta de careo popular se corresponde una vida económica manejada por adocenados hierofantes, incapaces hasta de aprovechar con mínima eficacia la notable calificación intelectual y profesional generada por su solvente sistema de instrucción pública.
A su vez, la conversión de los EEUU en una potencia, no ya imperial, sino neocolonial, ha subvertido las mejores tradiciones de la gran República atlántica. Baste recordar que en los años 60 los EEUU sufrieron ellos mismos un verdadero golpe de Estado, visible en una serie de magnicidios, todavía hoy sin aclarar (un presidente de la República [John Kennedy, 1963], dos grandes dirigentes políticos afroamericanos del movimiento de derechos civiles [Malcom X, 1965; Luther King, 1968] y un candidato presidencial incómodo [Robert Kennedy, 1968]), y que culminó con la elección, cargada de consecuencias, para los EEUU y para el resto del mundo, del infame Richard Nixon, el hombre que, con su decisión de romper los acuerdos internacionales de Bretton Woods, dio en 1971 el tiro de salida para la contrarreforma y la remundialización del capitalismo. Es decir, para la llamada "globalización", los efectos catastróficos de la cual son manifiestos hoy, a 50 años de la Revolución cubana, para quienes estén libres de enfermedad tan penosa cual es la de la ceguera voluntaria.
(*) Antoni Domènech es catedrático de Filosofía de las Ciencias Sociales y Morales en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Barcelona. Su último libro es El eclipse de la fraternidad. Una revisión republicana de la tradición socialista, Barcelona, Crítica, 2004. Es el editor general de SINPERMISO. Este artículo fue escrito y publicado catalán por el portal electrónico de filosofía http://www.terricabras-filosofia.cat/, y traducido al castellano para www.sinpermiso.info por Casiopea Altisench.
1 comentario:
Articulo muy interesante, crítico desde la izquierda.
Salud
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